De vuelta de Liérganes, había que volver al ambiente urbano para que la juventud no se quedasen con la sensación de "solo" haber ido al monte y a un pueblo. Por muy bonito que fuera.
El segundo paseo (paseo que bordeaba el concepto de "excursión" o "trekking") fue por los cabos (el grande, el pequeño) que cierran Santander por el Norte, algo más alejados de uno de los límites de la ciudad: la península de la Magdalena.
Muy panorámico, verde de las enormes praderas, azul del inmenso mar... tremendamente agradable.
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