por allí asoma
cresta sencilla
canal (casi al final)
canal superior
qué tiempos
ay ay ay
Pic de Batoua (3034 m) Cara Norte Clásica (500 m, III / AD inf). Valle de Rioumajou, Saint-Lary, Pirineos
01 y 02.03.08. “Olvídate completamente de hacer una actividad técnica”. Con esta proclama me recibió Alberto el sábado por la mañana, tras haber mirado y remirado la météo francesa y haber consultado con ese gurú (Z).
Tras comprar una botella de Acuarius (bebida isotónica oficial del PMG) y tomar el cortado mañanero, montamos en el 306 sin saber aun a dónde tirar: Normal del Merhleu (Bagneres de Bigorre) o corredor NO de la Collarada (Jaca). Al final me inclino por el pico francés.
Pero hacemos parada en el área del Tour de France, y seguimos dándole vueltas... pues que nos vamos al Batoua, del que hemos venido hablando últimamente. Yo ya había interiorizado, una vez que comprendí la topo de Mousel, que si había oportunidad, me animaría. Así que allí estábamos, frente al macizo del Midi de Bigorre-Merlheu-Montaigú, echando por tierra un fin de semana tranquilo en el monte.
Por tanto, el Valle de Rioumajou nos esperaba y, emergiendo tras un precioso bosque de coníferas, la Cara Norte del Batoua se nos aparecía hermosa y salvaje al llegar al parking de las granjas de Fredançon.
Era primera hora de la tarde y ya estábamos impresionados por una imagen que nos acompañaría hasta el día siguiente a media tarde. Este pico se alza soberbio sobre el valle recortado, como digo, por las formas regulares de las coníferas, y no desmerece a cualquiera de las imágenes icónicas de cualquier otra pared alpina o pirenaica.
Subimos por el bosque, buscando la ruta hacia el Cortail del Batoua (llano del circo glaciar), mientras un hurón se cruza con nosotros.
Las rampas del sendero del bosque son empinadas, y me juro a mi mismo no traer aquí nunca a Beatriz. A la hora y media estamos llegando al llano, rodeado de paredes, buscando una calva enmedio de la nieve lo suficientemente plana para dormir un poco.
El aposento está listo en 1/2 minuto. No hay nada más que hacer que tumbrase, meterse en el saco, tratar de recuperar la temperatura de confort y descansar algo hasta la “hora de la cena”. Charlamos. Nos preparamos unos bocatas de jamón serrano, un poco de queso Roquefort, un yogur y galletas.
Pasan varias horas hasta que el nerviosismo cede y consigo dormir; eso sí, a cortos intervalos. Hasta Alberto se ha quedado sobado antes que yo.
Esa pequeña y horrible sensación de que el tiempo de estar en el saco se acaba y que llega la hora de la acción (cuando deseas fuertemente sacar la cabeza fuera de la tienda y constatar que está nevando) se acaba cuando precisamente comienza la acción y te concentras en otras cosas. Sobre las 4:30 de la mañana del domingo comenzamos la jornada.
Enseguida comenzamos a subir por una canal de nieve dura, a los lados del cual hay varias cascadas de hielo, en dudoso estado. La noche es negra a rabiar, no hay rastro de la Luna, por lo que ponemos a prueba nuestros frontales.
Alberto guía bien, encuentra perfectamente el acceso a la base del zócalo que te deja en la base del corredor de la Norte. Tan negro está todo que esperamos bajo una roca a que claree un poco, hasta eso de las 7:00. La situación merece un recuerdo íntimo: Las primeras luces sobre las montañas circundantes, y dos amigos solos detrás de esta ilusión.
El citado zócalo (“rampa nivosa fácil” según alguna otra descripción leída) se compone de una amplia y algo expuesta pala de nieve a 40-45º salpicada de rocas, circulando entre las cuales llegamos a las campas que dan acceso al corredor. (Esta rampa impresiona sobremanera viéndola desde la ruta de descenso).
Cuando llego a la altura de Alberto voy pensando en eso de “creo que no hay condiciones, lo mejor va a ser bajarse…” La idea de destrepar ese tramo tampoco es que sea muy atractiva, y es jodido pensar que si nos bajamos quizá nunca vuelva a esta ruta.
El caso es que decimos eso de “le damos un poco, y si vemos que sigue mal, nos bajamos” (palabras que creo haberlas oído antes). Tomo el mando un rato, en el primer tercio del canal, que va tomando color, y avanzo a velocidad de crucero; la nieve me permite al mismo tiempo una progresión constante y poder “descansar” la planta completa del pie sobre el escalón formado. Las posibilidades de acabar la ruta por arriba ya son superiores a las contrarias.
Me meto en dificultades al no haber hecho una suave diagonal a derechas que me hubiera permitido acceder al canal de salida, y por dos veces me encuentro hundido y con problemas para salir de las zanjas formadas por el desmorone de la nieve. Alberto me supera y efectua la diagonal pertinente en horizontal. Es el paso tras el cual ya digo “salimos por arriba como sea”. En esos momentos sentía una alegría contenida pues ya veía que mi compañero de cordada se hundía menos y que iba seguro hacia le pequeña brecha de la arista del Batoua. Qué gozada, ¡ya salimos! El Sol de la vertiente española nos baña.
Alberto me confiesa que ha tenido serias dudas durante el ascenso y que cree que hemos pasado apuros. Yo (extrañamente) no lo veo tan negro y me reconforta, en cualquier caso, estar allí arriba ya los dos, estoy orgulloso de nuestra actitud.
El corredor acaba junto a la cima principal, en la cual casi ni paramos. Echo un vistazo a la cresta que nos espera y me pongo más contento pues la veo muy llevadera. Es un tipo a la arista de La Munia, pero más fácil. A ratos vas por el filo en nieve, y en otros tramos optamos por flanquear por el Sur.
Estamos rodeados por gigantes del Pirineo Central: Posets, Eristes, Bachimala, La Munia, Arbizon, Cotiella, Aret, … ilustres vecimos.
Durante la travesía de la cresta, Alberto sufre un pequeño resbalón que le produce un enganchón del crampón ocasionándole un esguince de rodilla. Se hace los 1600 m de descenso sin rechistar. No digo más.
El siguiente y último punto “negro” de la ruta es cómo serán las rampas desde el collado NO del Caurarere, en cuya cima descansamos otro poco, y donde Alberto aprovecha para colocarse la rodillera que ha acertado a subir.
Resoplo otra vez cuando constato que las palas en nieve dura de debajo del citado col son fáciles, y lo único que hay que hacer hasta la tienda es tener paciencia y no relajarse demasiado: Las inmensas palas de la vertiente NO del pico se hacen interminables.
Llegada al vivac. Recogemos tienda y demás bártulos.
Para cuando, bastante cansados, llegamos al parking, el Sol ya se ha puesto tras el valle, y no nos entretenemos demasiado, aunque nos alimentamos e hidratamos. Aunque Alberto pilota el 306, una vez llegados al Área del Tour, la rodilla fría le hace ver las estrellas al bajarse del coche, y me pide que lo lleve yo hasta Donosti, y que le acompañe a la Policínica, al menos a que le den un primer diagnóstico, le hagan un vendaje y le receten alguna droga blanda.
Llego a casa a las diez de la noche, pero como la Lola y los Lolos están en Gasteiz, no hay ningún problema.
Bellísima jornada alpinística, de las que requieren compromiso mental, pero que desgraciadamente a Alberto le ha resultado un tanto ingrata y frustrante por su tontuna lesión.
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