B. trabaja en el servicio HAD (Hospitalización a Domiclio), el servicio especial que recorre los domicilios de Donostialdea (y más allá) atendiendo, precisamente, a aquellas personas hospitalizadas, pero que lo hacen en sus casas.
Ayer, uno de sus pacientes, de profesión pastor, le regaló un litro y medio de leche de oveja. Últimamente Bea está haciendo cuajadas, o sea que nos ha venido de perlas.
El caso es que la historia de este señor es bonita; me la contó el sábado camino de Gasteiz: Este hombre dedicó media vida al pastoreo en Canadá. Siendo sus padres ancianos, se vio en la obligación de venir a cuidarlos a su lugar de origen en Gipuzkoa, siempre con la intención de volver a lo que llegó a ser su hogar allí en Canadá.
Para cuidar a sus padres contrataron a una chica, y adivinad. Tuvieron varios hijos, sí, y me parece que nunca más volvió a Canadá, al menos para vivir. Ahora está en casa a pesar de encontrase hospitalizado, porque es un pastor de raza e insistió tremendamente en el Hospital en que tenía que seguir cuidando de sus ovejas.
Me recordó a la forma de sentir el oficio del aita de Amaia (mismo apellido; resulta que son primos).
B. le preguntó a la mujer cómo había conseguido hacerse con el corazón de un hombre aparentemente rudo o acostumbrado a la soledad como él. Ella dijo que "con mucha paciencia".
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