miércoles, 28 de mayo de 2008

Alt Penedés, Barcelona

finde 10 y 11 de mayo de 2008.
Tengo guardados varios e-mails informando de la preparación, por parte de Angels e Igotz, del que yo creo que habrá sido el 1er fin de semana de la cuadrilla sin hijos, desde que nació Uxue, que fué la primera “hija” de la cuadrilla.
En esta ocasión la organización del evento ha corrido a cargo de ésta la pareja “catalana”, que residen en Vila Nova i la Geltrú. Para ello incluso llegaron a visitar personalmente varias casas rurales, hasta decidirse, previo correo informativo al resto, por la Casa Rural Can Massana, en la villa del Alt Penedés llamada Sant Pau d’Ordal.
Este pequeño pueblo pertenece al concejo de Subirats, y se encuentra completamente rodeado de las viñas que producen el afamado cava catalán. Consecuentemente, la profusión de bodegas que lo producen (“cavas”) es enorme a lo largo de las rutas de alrededor. Sant Sadurní d’Anoia, el pueblo cercano más importante, acoge por ejemplo la más “mediática” de ellas, es decir “Freixenet”.
El grupo lo componemos doce personas; tan sólo faltan, por razones laborales y familiares, Yolanda y Beatriz. Entre los doce, sumamos la misma cantidad de hijos.
Una vez claro el plan y el papel en él de cada uno, sólo hay que esperar a que llegue el día D y la hora H. El día, el 9 de mayo; la hora, las 16h00. Y el lugar, la cafetería de Zuasti, en la autopista Iruñea-Irurtzun.
En aproximadamente, y tras un ameno viaje (parada única en Pina de Ebro), 4h30, llegamos a SPO (lo de SPO lo escribo porque se supone que voy a escribir muchas veces el nombre del pueblo, y entonces escribo sólo las iniciales: Sant-Pau-Ordal).
Igotz y Angels nos estaban esperando en la salida de la AP-2.
Para entonces, por cierto, ya había comenzado a llover. Aquello estaba negro…
Pero la fiesta iba por dentro; doy mucho valor al hecho de habernos juntado tantos amigos. La amistad perdura a pesar de las varias y extenuantes responsabilidades que afrontamos todos.
Y mojándonos amos entrando a la gran casa “Can Massana”, sita frente a la trotada iglesia de origen románico al otro lado de la plaza de la parte baja del “poble”.
Conocemos a la señora de la casa, la simpática y atenta Montse, que durante el finde incluso nos llegó a desvelar algunos temas privados que la traían de cabeza en los últimos tiempos. La cena que nos prepararon ella y dos “pintxes” más, fue generosa en cantidad y calidad: Mucha verdura (ensalada verde, una fina escalibada, olivas, grandiosa bandeja de alcachofas al horno), embutidos (txistorra, butifarra cocida y asada, …), chuletillas de cordero. La bebida tampoco faltó; Montse nos tenía enfriando cava y vinos varios. Los licores caseros oficiales corrieron a cargo de “La Garbi” y de Alberto (licor de frambuesas y patxarán con endrinas de Garaio, respectivamente). La verdad, estaban cojonudos ambos dos.
Fue excitante llegar hasta allí y al rato estar disfrutando de semejantes menú y compañía. Las consecuencias físicas a la mañana siguiente, las previsibles: Pesadez estomacal, empanada mental (más de la habitual, quiero decir).
La noche fue casta, Alberto ya dormía cuando yo entré al dormitorio. Que conste en acta que él dormía en otra cama, la supletoria (gracias por dejarme la de matrimonio, Enzo).
El plan del sábado, el que fue triunfante en las “primarias de Iowa”, era la visita a Barcelona. El que pretendiera hacer turismo clásico y “conocer” Barcelona estaba equivocado según mi opinión. Pero como bien apuntó Jurgi, creo que captamos ambientes y aspectos interesantes del centro de la ciudad.
La méteo marcó sin duda el devenir de la jornada, pues estuvo todo el día cayendo agua del cielo (como decía el titular de la página 1ª del diario “El Periódico”).
Dejamos los carros en el parking de la estación de RENFE de SSA (traducido: Sant Sadurní d’Anoia). Como llegamos tarde, y aprovechando que está anexo, estuvimos dando una vueltilla por los exteriores del complejo de Freixenet.
El tren lo teníamos a las 10h57. Como sigue lloviendo, hacemos tiempo en la cafetería de la estación. Yo por mi parte (por la parte del estómago, precisamente), me tomo una menta-poleo a pelo.
Llegamos por tanto a Barcelona en tren. No me acuerdo de la estación ahora, pero es seguro que en 2’ te pones en el Arco del Triunfo, de estilo modernista, según informó la “guía local”. La idea era recorrer el Bº del Born, eso de “perderse” por las callejuelas, que suena muy bien, pero hasta con lluvia norteña y todo, los “otros” turistas hacían ¾ de lo mismo. Me quedé prendado de una cafetería muy “txukuna” que se encuentra en una esquinita de una callejuela de estas. Asomaban por allí unas tartas caseras que prometían.
La travesía de la calle donde se encuentra el Museo Picasso fue también muy “romántica”, rodeados de gente haciendo cola, charcos que había que evitar en la medida de lo posible, amenazantes puntas de paragüas, quita-y-pón de la capucha…
Al final de la misma se sale a la Plaza donde encontramos la “Catedral del Mar” (según me dicen). Es la muy bella Catedral de Sta. María, con una nave central grandiosa en altura y diáfana como pocas he llegado a ver.
Tras salir de la Catedral, y tras la visita cultural, nos dejamos guiar por Michael a una tasqueta donde dimos cuenta de un champagnet y un pintxo de jamón (del bueno). El servicio de la barra lo llevaban dos señores entrados en años, que al menos da idea de la solera del lugar y de garantía de servicio. Supongo que las sensaciones fueron las mismas que las que puede tener un barcelonés que se toma un rioja y un pintxo en Lo Viejo.
Seguimos la ronda. Ahora pasearemos por el llamado Bº Gótico. Callejas, Plaza de Sant Jaume (“hola Don Pujol, hola Don Pascual, ¿pasó Ud. por mi casa…?”). Junto al CEC (Centre Excursionista Catalán) se descubren, tras una puerta, tres pilares de origen romano que formaron parte de un fórum. El restaurante “El Cuatre Cats” está muy cerca. A la entrada te encuentras con un bar de estilo modernista, con solera y entrañable olor a café. Cuando entras en la sala comedor, te topas con un grupo de japonenses que ya se van (con la “Lonely Planet” bajo el brazo, como dice Raquel). La citada sala consta de un solo volumen, aunque consta de una entreplanta con un pasillo perimetral repleto de mesitas para parejas.
Tras la agradable comida tomamos el obligatorio café (tisana para Amaia) en un bar de una calle cercana. No para de llover y tras varias deliberaciones decidimos redireccionar nuestros pasos a una “cava”. Para ello llamamos al 11-8-11, que nos da el nº de tlf. de la más famosa: Codorníu. Los de Codorníu están cerrados, así que llamamos al 11-8-11, pero esta vez al bueno, es decir a la Montse, la señora de Can Massana.
Apunto en el móvil varios teléfonos, pero nos quedamos con el que corresponde a la cava sita en el mismo S. Pau d’Ordal, llamada Massana Rafols.
La visita a la cava fue todo un acierto, comentado por todos; una fantástica forma de sacar chispas a una tarde que se había puesto fea.
Félix y su mujer nos atendieron exquisitamente, máxime cuando llegamos a las 18h45, teóricamente a 1/4 de hora del cierre. Nos dieron unas buenas clases sobre el proceso de elaboración del cava, primero en la sála de máquinas y tanque, después en la cava, y finalmente otra vez arriba hicimos prácticas del degüello de la botela de cava con objeto de extraer la mare. Voy a obviar todos estos temas porque es largo y técnico, aunque muy apasionante. El que quiera saber más, que busque en gugel. Mención especial, sin embargo, al tema del corcho y la necesidad de que sea de calidad. Los comentarios de Félix al respecto fueron de mucho calado.
Nos trataron tan bien que no se notó mucho que en realidad nos hacían una magistral venta de sus productos. Varios de nosotros caímos en la tentación, o sea que estas Navidades se van a descorchar botellas de cava “Félix Massana” en algunas de las mesas de nuestras casas. Buen marketing, buena venta, buen caldo.
Michael compró una botella del mejor de ellos, el que va embotellado en botella de 1 1/2 litro, llamado “Gran Reserva”, y cuya calidad consiste en la menor proporción de oxígeno que acumula en proporción al alcohol. Bueno pues esta botella nos la pimplamos en la cena.
La cena fue casera, y menos mal, porque ya íbamos acumulando toxinas en demasía. Garbiñe y Jorge, como siempre en estos casos, fueron los líderes de las tortillas cocinadas cada una de ellas en una de las sendas cocinas de la casa.
Parlamentamos durante la cena, parlamentamos bien, e incluso discutimos un poco. Se plantean dos actividades posibles, como son la montañera (la ferrata se va cayendo del “cartel” a medida que la méteo sigue lluviosa) y la turística, que sería la visita al Monasterio de Montserrat.
Esa noche. la del sábado al domingo, me desperté a las cinco con esa horrible sensación de estar pasado de vueltas… dos días seguidos con más comida y alcohol de los debidos. No me pude volver a dormir. ¡Nunca mais!
Pasadas las ocho y media, el primer grupo parte rumbo a Montserrat, Parque Natural.
Llegamos a El Bruc, y desde este pueblo se accede enseguida a la zona recreativa y parking donde empieza la ruta de día. La jornada montañera va explicada aparte (es que lleva otro “label”).
Finalizada la ruta, que se ha desarrollado en la zona más occidental del macizo, recorremos la carretera que faldea de Oeste a Este. Paramos frente al Monasterio de XXXXXXXX, frente al cual esta la Pared donde transcurre la ferrata que hubiéramos hecho si no hubiera llovido tanto. Se cillamante preciosa, la ruta promete. Andamos justos de tiempo pues se acerca la hora de comer. Igotz aparca el coche fuera del recinto (son 5 €, ni más ni menos), y subimos a echar un vistazo, al simple hecho de “ver” el Monasterio y todo el montaje que hay allá arriba. Nada profundo. La visita con sentido deberá ser en la siguiente ocasión.
Volvemos raudos a El Bruc, y acabamos en el bar Anna, “el bar de los escaladores” como dice Àngels. El lugar es bien agradable, decorado con motivos montañeros e incluso con revistas y libros de escalada y montaña para su consulta. De la comida guardo igualmente un grato recuerdo. En mi caso me metí al buche una butifarra negra con mongetas y ali-oli, y de postre el famoso “mel i mató” que me había recomendado Pere. Las cuentas y las despedidas con la pareja “vasco-catalana” siguieron al almuerzo.
Lo que resta relatar es el viaje; afortunadamente puedo decir que no pasó nada extraordinario, que es lo mejor en estos casos.
Tan sólo tuvimos que cambiar una de las ruedas del Ziritione de Aitor en Zuasti, así que tuvo que ir “a ochenta” hasta Donosti.
Yo afortunadamente pude llegar a casa un buen rato antes que Beatriz y los lolos en su retorno desde Gasteiz.

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